domingo, julio 30, 2006

Aquellas vacaciones

Para estrenarme en este blog os traigo un post ya publicado, parte de mis recuerdos que vienen muy a cuento con las fechas en que estamos.

Cuando llegan las fechas vacacionales vuelven a mi memoria los recuerdos de las vacaciones de mi infancia en aquel Seat 600, ¡que coche! Ese pequeñajo que daba cabida a todos, cargado de maletas en el techo, varios de familia, el perro y la jaula con el canario, pero que siempre llegaba. Lástima que no he llegado a conducir uno, me quedaré con esa pena, pero a lo que iba, incidentes vacacionales. El primer viaje con el 600 fue a Barcelona a ver a unos amigos de mis padres. Empiezo por decir que mi padre llevaba pocos meses con carnet de conducir. Aquella era la época en que si aprobabas el teórico pasabas ese mismo día al práctico, año 1970.
Una puesta a punto del coche, limpio impoluto y a las 6:00 de la mañana, desayunados y coche cargado, ¡en marcha!
Todo se fue desarrollando con normalidad hasta el momento en que en Guadalajara mi padre vio un coche en el arcén, paró para ofrecer su ayuda y cuando volvía hacia nosotros ¡Oh, cielos! Una gota de algo que caía por debajo del motor de la niña de sus ojos, era más que su propia vida, su 600, algo le pasaba. Ante la inexperiencia del que lleva poco conduciendo, sólo se le ocurrió ir más despacio.
El viaje no iba mal, disfrutábamos del paisaje, paraditas reconfortantes, pero os prometo que atravesar el desierto de los Monegros, después de comer, con un sol de justicia y a 40 kilómetros por hora, puede ser una de las peores experiencias que se vivan en un coche sin aire acondicionado.
Fue cayendo la tarde y llegada la noche entrábamos en los Bruchs. No había más que camiones articulados y en medio se veía a una hormiguita avanzando, éramos nosotros. Cuando coronamos la cima mi padre paró para descansar un rato, años después nos reconoció que aquella parada fue, porque literalmente se estaba meando de miedo, aquellos camiones inmensos, siguiendo y adelantando a un coche tan pequeño con conductor inexperto, le habían causado pánico. Llegamos a Barcelona, a la calle Entenza pasadas las 10 de la noche, total, 16 horas de viaje. Al día siguiente visita al mecánico, sólo le pasaba que al hacerle el cambio de aceite le habían echado demasiado y con el calor había aumentado y rebosado, la solución hubiera sido ir más deprisa para que el ventilador refrescara el motor. –Sin comentarios-
Al año siguiente a recorrer Galicia. El único incidente de ese viaje fue que mi padre y mi hermano no se pusieron de acuerdo en si la cámara de fotos estaba cargada o no, y después de 36 fotos hechas, no se pudo revelar ninguna porque no había carrete. La única foto que recuerdo, y que me hubiera gustado tener, fue la de esta que escribe agarrada al cuerno de una vaca y la vaca viva pegada al cuerno, que os veo venir. Ya no recuerdo porque no me hice otra.
Tercer año, Chipiona, a comer pescaito frito, ¡biiiiiiiien! Ese año mi madre ya había adquirido bastante experiencia en la preparación de múltiples equipajes, lo que cabreaba a mi padre, aquello era no era un viaje, era una mudanza. Teniendo en cuenta que viajábamos 3, tocábamos a maleta por barba y a unas tres o cuatro bolsas por persona. Bueno, pues yo, viendo la que se avecinaba me quedé desayunando muy calladita, pero en el silencio de la madrugada, como en todos los viajes eran las 6 de la mañana, y con las ventanas abiertas oía el murmullo de mi padre despotricando. En una de esas que subió para coger mas bolsas, sólo a mi se me ocurrió decirle que pusiera algo en el asiento trasero porque a mi me sobraba sitio, se volvió como un rayo e intentando no chillar por la hora tan temprana me pregunto: “¿Y tu donde te sientas?” ¡Ostris! Yo no entendía. Dejé pasar un rato y la misma observación con la misma respuesta. Cuando bajé a la calle para montarme en el coche lo ví todo claro, a causa del bolserío, sólo quedaba un hueco pequeño en el asiento trasero para sentarme y haceros una idea, yo era pre-adolescente casi esquelética, apenas había sitio para encajar mi culo, y los brazos encima de los bultos. Hice todo el viaje Madrid-Chipiona con los codos más altos que los hombros y la sobaquera bien ventilada. De aquella experiencia tengo una obsesión, no soporto viajar con muchas maletas, ni siquiera cuando he ido de camping he llenado el maletero y os prometo que lo consigo.