sábado, enero 06, 2007

Los Reyes Magos, ¡que majos!


El día mágico que hace despertarse a los niños españoles con alegría desmedida es hoy. Durante la madrugada, esos tres Reyes Magos que según cuenta la tradición católica, dejaron en el pesebre oro, incienso y mirra como presente para el recién nacido, van pasando por los hogares dejando, en especial a los niños, numerosos regalos.
La noche anterior y para reconfortar en lo posible el tremendo esfuerzo de los magos y sus camellos, se les deja agua para los animales y dulces navideños con unas copitas de anís para los Reyes. La primera sorpresa que se llevan los niños al levantarse por la mañana es ver las copas vacías y acto seguido a poca distancia la compensación a tanto buen comportamiento, fruto de las constantes y agobiantes amenazas de “como no seas buen@ los Reyes no te van a traer nada”.A los adultos se nos van amontonando aquellos recuerdos de madrugones sólo vistos aquel día, cuando salíamos corriendo de la cama para encontrar con grata sorpresa esos juguetes, libros o lo que fuera, que tanto deseábamos y que habían aparecido en nuestra casa durante la noche. También el recuerdo de aquella vez que por ser yo la golosa oficial de la casa, me encontré con un saquito de carbón dulce, sin inmutarme lo más mínimo le pegué un bocado al carbón y después de degustarlo puntualicé “el año que viene decirle a los reyes que más les vale no olvidarse del carbón, que está buenísimo”, y es que mi familia nunca han sabido gastarme bromas, siempre se las he estropeado.

Pasados unos años cambiaron las tornas y el día mágico empezó a ser para mi hijo. Aún recuerdo su cara cuando descubrió los regalos, se quedó blanco como la patena, con los ojos abiertos e inmóvil, no era capaz de moverse y no retiraba la mirada de los paquetes. Tenía casi 2 años y fue su primer encuentro real con los tan cacareados Reyes Magos.
Años después, cuando los adultos nos empezamos a preguntar cómo contarles a nuestros hijos la realidad sin que ésta les haga caer en una desconfianza hacia nosotros, un día de verano volvíamos del parque, entre madres, una abuela y niños rondábamos las veinte personas, los críos de edades entre 3 y 8 años, entonces las criaturas se volvieron todos de golpe y empezaron a gritos contra nosotras: Embusteras, que sois una embusteras.
Todas nos quedamos petrificadas y siguieron. Ya sabemos que los Reyes y el ratoncito Pérez sois vosotras, embusteraaaaaaaaaaaaaaaaaaaas.
Cada cual nos fuimos hacia nuestros respectivos vástagos para hablar. Con bastante indignación porque a todos se lo había contado una nena de 7 años cuyos padres estaban en contra de todas aquellas historias pero que no dejaban a los demás actuar según nuestras convicciones, e intentado explicarle a mi hijo, muy tranquila le dije: de acuerdo, es cierto, somos nosotros los que compramos los regalos y los dejamos durante la noche, pero no lo hacemos para engañaros, lo hacemos para que tengáis ilusiones, ¿por qué no me vas a decir que no te hace ilusión levantarte y ver los paquetes? Nos mirábamos a los ojos, como siempre cuando hablamos y al pasar unos segundos asintió, yo seguí –entonces te voy a dar dos opciones, una, que me digas los regalos que quieres, yo compro los que pueda y hasta el día de Reyes no sabes que vas a recibir, y la otra, vamos juntos a comprar los regalos pero hasta el día de Reyes están guardados. Volvió a pensar su respuesta y eligió la primera de las opciones.
Pero yo no me quedaba conforme, quería que siguiera teniendo esa ilusión ahora convertida en incógnita, porque no sólo no sabia con que juguetes se iba a encontrar, además tenía que buscarlos. Debajo de la almohada, a los píes de la cama entre las sábanas, en los cajones de su ropa, colgados del manillar de la puerta, rincones, debajo de la cama o de la mesa, el despertar de aquellos días se convertía en una busca y captura del regalo escondido.
Cuando su mente estaba ya inmersa en la temible adolescencia, me dijo que le había dado mucha rabia enterarse de aquella forma y haber perdido parte de la ilusión.
Los sueños y las sonrisas de los niños bien merecen un esfuerzo por nuestra parte y de los gastos, allá cada quien con su bolsillo.