lunes, octubre 09, 2006

¡Biiiiiien! lo vuelvo a hacer

Que alegría tengo, hasta hace unos días no me acordaba pero se me encendió la lucecita y que contenta me he puesto, os cuento.
Para los madrileños de la capi, los meses de octubre y noviembre nos los tiene reservados el Ayuntamiento para el pago del Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI), y como una es pobre todos los años se ve con el mismo dilema de cómo distraer ese dinerito del exiguo sueldo, pero ¡oh cielos! Que no me acordaba yo de la hucha de la calderilla, esa maravillosa alcancía que de tantos apuros me ha sacado y a la que debo alguna que otra mirada de estupor y casi odio. Sí, porque todavía recuerdo la cara de aquel cajero de banco que, después de decirle que llevaba el dinero suelto, le enseñé la bolsa con 33 paquetes de monedas de 10 pesetas, se me quedó pálido. –No se lo puedo coger- me dijo –bueno, si traiga, que van empaquetadas-. Por fuera cara de resignación, por dentro acordándose de toda mi parentela.
No era la primera vez que yo hacía algo así, tiempo atrás se avecinaba la primera Comunión de mi hijo, a mi me daba igual si la hacía o no, pero a ver quién era la guapa que aguantaba a mis padres si no, porque a pesaitos no tenían parangón.¿Para sufragar gastos? Estaba claro, guardar todas las monedas de 500 pesetas que cayeran en mis manos. En menos de un año llegué a tener ahorradas cien mil pesetas. Para dejar dinero a cuenta de reservas y pagar las innumerables chorradas siempre lo hacía con estas esas monedas y poco contentitos que se me ponían en los establecimientos porque les daba cambio.
Pero el mejor día, el inolvidable, ese en que el cajero del banco me echó miles de maldiciones fue aquel en que me presenté a las 9:30 de la mañana en la sucursal tirando del carro de la compra, porque no podía llevar ese peso a pulso. Me presenté a esa hora para no encontrar excesiva afluencia de público y no colapsar. Llegué a la ventanilla y:
- Buenos días, vengo a hacer un ingreso, traigo el dinero un poco suelto.
-¿Pero lo trae empaquetado? Me preguntó el caballero.
- Por supuesto y bien identificado cada paquete.
- Pues entonces démelos
Yo empecé a sacar paquetes y el señor a cogerlos, y yo seguía sacando y él seguía cogiendo. El hombre empezó a abrir los ojos cada vez más y más hasta que la piel no lo daba más de sí. No hizo ningún gesto ni comentario pero estoy totalmente segura de que mentó a mi madre durante meses porque tuvo que comprobar que efectivamente yo le había puesto en el mostrador cuatro mil monedas de 10 pesetas. Sí, habéis leído bien, cuatro mil monedas, o sea cuarenta mil pesetas. Una vez contadas saqué más, estaba claro que no me iba a quedar ahí. El resto fueron ya pocos, algunos paquetes de 5, 25, 50 y 100 pesetas para redondear las cincuenta mil.
Este año pienso pagar igual, pero más por cabezonería y porque por problemas de horario tengo que hacer el pago en una sucursal bancaria que tengo manía.
Ya tengo preparados los paquetitos de todas las monedas desde 1 céntimo a 2 euros. Esta vez el puñetero impuesto sólo me desgracia un billete.