miércoles, agosto 27, 2008

De pajas y otras fundas

Después del incendio en agosto de 1985, no se fabricó apenas nada durante las obras de reconstrucción de la fábrica que duraron cosa de año y medio, y la facturación no daba trabajo ni siquiera a una persona, por esto cuando cambiaron temporalmente de puesto a la telefonista la elegida para reemplazarla fui yo. Pero no sólo por la falta de trabajo en mi departamento, además yo era la única de entre las más de veinte mujeres que aguantaba las 8 horas diarias de diez líneas telefónicas sonando insistentemente, recibiendo las visitas y realizando las llamadas oportunas de algunos jefes que por su inutilidad laboral pedían continua ayuda a las féminas oficinistas.
Más que aguantar la recepción y centralita, yo lo pasaba de miedo, ningún día era igual al anterior o posterior, no cabía la rutina en aquel puesto hiperactivo y al ser yo la segunda en el ranking de bromistas entre 400 personas, por allí pasaban continuamente tanto personal de fábrica como de la misma oficina para soltar cualquier chorrada y llevarse una contestación del mismo calibre.
Realmente lo pasaba bien, pero aquel día fue…. diferente.
Continuamente se recibían llamadas preguntando si fabricábamos tal o cual producto de plástico, hasta que la pregunta fue: ¿Ustedes hacen pajas? Dios, sólo pude pensar que si hacíamos eso en horas de oficina nos ponían una multa de 150 € (entonces 25.000 pesetas). Intentando disimular la voz de sorpresa y medio cachondeo contesté que no trabajábamos ese tipo de plásticos, a lo que la señora muy amable me especificó que se refería a pajas para refrescos. Aclaré que la había entendido y pensé que la había entendido demasiado bien.
Pasé un buen rato entre contestar, atender y recordar la curiosa llamada hasta que, azares de la fortuna, en otra llamada un señor me pregunta: ¿Hacen ustedes fundas de huevos? Ahora si que mi voz sonó con amabilidad pero a cachondeo, no señor, no trabajamos ese tipo de plásticos, le respondí.
No me lo podía creer ¿cámara oculta, alguien se estaba riendo de mí o simplemente coincidencias?
En ese momento un señor que estaba esperando hablar con un compañero me preguntó que si podía dejarme el folleto para dicho compañero porque debía marcharse. Tomé el folleto, la tarjeta de visita y a la que se dio media vuelta el instinto cotilla que todos llevamos dentro hizo su aparición y leí: maquinaria para el control del polvo. No me lo podía creer, esto ya era demasiado, salté de la mesa, me acerqué a una compañera y la dije con voz contundente: mira Marian, como alguien me pregunte si hacemos globos le mando a la mierda.
Marian, que no sabía de que iba el tema, me miró con la cara de paisaje que os podéis imaginar, nadie preguntó por globos y el señor de las fundas de huevos reincidió días más tarde.

Aclaración: Lo de la multa nunca llegué a comprobar si era verdad. Parece ser que tiempo antes de llegar yo a esa fábrica la costumbre por parte de algunos varones era ofrecer capullos, y no precisamente de flores, a las chicas recién llegadas y en los turnos de noche en más de una ocasión habían hecho competiciones entre compañeros comparando la anchura de las cintas transportadoras con la longitud de sus penes, o sea aquello de ver a quien le llega al otro lado, por lo que la empresa tomó cartas en el asunto amenazando con la multa.